jueves, 8 de enero de 2009

EPIBLASODIO 3: "PRIMERAS KAKUFECHORÍAS" - Segunda Parte: El Desenlace -

Aquel mazapán descolocó por completo a Kakuki, quien sólo deseaba pasar una apacible tarde al lado de su amigo y su increíble máquina de deseos.
Mientras el padre de Kakuki del Sur lo miraba y le hablaba, Kakuki sólo podía pensar: "¿porqué la vida me trata así?". Vosotros pensaréis...y ¿todo este sentimiento por un simple mazapán? Y yo os digo, cambiadle la metadona a un yonki por un mazapán, haber que cara pone, cojones. No era fácil para Kakuki tener que asimilar que debía comerse el mazapán, pues el padre de Kakuki del Sur no iba a dejarlo hasta que no lo viera tragar y masticar.
Poco a poco, pues no era la primera vez que le sucedía esto, Kakuki ya había ido desarrollando varias técnicas "volátiles e inusitadas sobre la regurguitación de elementos maleables rellenos de ladillas edulcoradas al baño maría", gracias a las cuales le era más o menos fácil engañar en la digestión de los mazapanes. De todos modos, para Kakuki ya era todo un infierno sólo mantener dentro de su boca semejante asquerosidad pastelera, por lo que cada segundo maldecía a cada una de las putas monjas que habrían depositado sus odiosas blancas manos en la elaboración de dichos pastelitos de mierda (Amén...).
Sentado en el sofá, mientras Kakuki del Sur cargaba el Kung-Fu Master en el AMSTRAD (esto irá en mayúsculas, pues era algo así como el Dios del mundo Kakukero), y escuchando los piropos que el padre de éste disparaba una y otra vez hacia los puñeteros mazapanes, Kakuki intentaba mantener la concentración, y, con parsimonia, ir haciendo una masa plana con el mazapán, la cual pudiera llegar a depositar en el cielo de su boca, hacer parecer que ha sido ingerida por completo y soltar en cualquier jodida esquina de la casa de Kakuki del Sur.
Una vez conseguida tal proeza, Kakuki esperaba ansiosamente que su amigo diera un grito de salvación y dijera: "¡¡KAKUKI, AMONO CON ARTE A CARGARNOS A CHINOS ENER KUN MASTEEEEEEEEEEEEE, EEHHH KAKUKIIIIIIIIIIIII!! Sólo así sabía que podía abandonar la inquietante y terrorífica situación de estar allí sentado con esa masa de huevos de los cojones en la boca. Y así fue...Kakuki del Sur dio ese gran grito de ayuda, y Kakuki salió disparado como la flecha de una ballesta hacia el cuarto de su amigo, mientras el padre seguía allí en el sofá habriendo y comiendo esos diabólicos dulcecitos...
En cuanto Kakuki se sentaba frente al AMSTRAD de su amigo, lo primero que esperaba era el momento de soltar la pastosa y dulcemente mierdosa masa de pan (jajajaja, masa de pan...mazapán...es buenísimo...) en el primer lugar de la habitación. Así, él sabía que Kakuki del Sur no tardaría en ir a la cocina a por algo de comer, pues no recordaba una sola partida al Kung-Fu Master donde Kakuki del Sur no estuviera masticando algo de chacina de la buena. Ese momento llegó pronto, así que Kakuki no tardó en sacarse el mazapán de la boca, primero respirar la mismísima puta y pura vida, y luego pegar la pasta justo debajo de la silla en la que estaba sentado, y así avanzar poco a poco en su objetivo de disolver y esparcir por todo el territorio de Kakuki del Sur ese maldito elemento de pastelería.
La partida empezó y se prolongó hasta largas horas de la tarde (osea, con esa edad de mierda...sobre las 18 o 19 horas...) y Kakuki consiguió deshacerse por completo de la influencia gastronómica del puto mazapán, maldiciendo interiormente al pastelito una y otra vez, aunque con la apacible sensación de haber logrado, una vez más, actuar como un auténtico Kakuki, como sólo él y muy pocos más son capaces de hacer las cosas...
Mazapán bajo la silla, detrás del cabecero de la cama de Kakuki del Sur, en el WC de Kakuki del Sur, con su posterior meada sobre los restos de éste, y mazapán también en el cajón de los braslis (ahora habría que decir calzoncillos y/o/u mariconadas como boxer...pero antes eran braslis, y punto) del gran Kakuki del Sur.
Ah...por fin se sintió liberado de tal mierda navideña, marchando a casa deseando cepillarse los dientes, pero con la sensación de haber librado y ganado una ardua batalla.

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